Mientras la mayor parte de la gente duerme, como corresponde
a la hora (poco más de las 3 de la madrugada del domingo 27 al lunes 28), unas
cuantas personas miran al cielo intentando ver el comienzo del espectáculo. En
ese mismo instante, lejos de allí, acaba de amanecer pero no hay nadie para ver
algo incluso más grandioso: La inesperada llegada de la noche. Una noche
diferente, que solo durará 2 horas y media, donde la brillante luz solar es sustituida
por otra muy apagada que cubre el paisaje de un tono rojizo. Ese lugar está en el Océano de las Tormentas, en las proximidades del cráter Einstein, y no; no me he
confundido de eclipse. Si desde aquí vemos un eclipse de Luna, en la Luna se produce un
eclipse de Sol.
Cuando, en un futuro lejano, el turismo espacial sea una realidad, sin ninguna duda
estas ocasiones serán temporada alta en nuestro satélite.
Pero mientras tanto
solo podemos imaginar lo que ocurre allí arriba y disfrutar desde aquí de la Luna eclipsada.
Parece ser que hace más de 2300 años la sacerdotisa griega
Aglaonike, en situaciones como la actual, anunciaba lo que cualquier medio de
comunicación, o incluso yo mismo os digo ahora (viernes 25): “Os comunico que dentro de 3 días la Luna se oscurecerá”.
Y acertaba.
La gente, sorprendida, comprobaba que ocurría tal como lo
había dicho Aglaonike, y se rendía ante “quien tenía el poder de hacer
desaparecer la Luna ”,
como acabaron llamándola.
Hoy no tiene mucho mérito. Incluso los niños-as de 10 años
que van al Aula de Astronomía de Durango calculan las fechas de los eclipses por sus propios medios
manipulando una maqueta de cartón, y usando un calendario con fases lunares,
con unas deducciones lógicas y sencillas. Pero en la época de Aglaonike se
requerían conocimientos que sus contemporáneos no tenían.
Pues sí, el día 28 toca madrugar, ¡y mucho! Ya es mala
suerte en lunes, pero los astros no entienden de calendario, que eso es cosa de
los césares y los papas, y muy a su pesar nunca tuvieron poder sobre los astros
del cielo.